POLIFEMO ACELERADO ENTRE LAS SABANAS

Había flores por todas partes y estábamos todos conectados con el pensamiento original
de un mamut enorme que vivía de nuestros sueños, acotando nuestras posibilidades.
Tú siempre estabas dispuesta, yo no estaba cansado, el mundo no era tan viejo,
en las ciudades no había edificios, calles, ni cristales entre los cables de alta tensión
y mi mirada se perdía sin dificultad entre las arrugas de los dedos de las niñas.
Entonces llegó ella.
Tenía las manos tan blancas como profundas
y tenía huecos en los ojos donde yo metía mis dedos
y había sensaciones, cajas con dientes,
alimentos pasados de fecha
y cromos de ciencia en acción.
El mundo era otra cosa de la que hablar
y solíamos hacerlo, nos reíamos,
y a veces nos íbamos al mar y no recuerdo que nadie me odiara,
no tengo recuerdos aunque tú insistes.
Pero ya me canse de competir.
Y ahora recuerdo continuamente
las moscas brillantes que había
con manos en la punta de las antenas,
phsicoformas que se rompían en cristales
con el aire de octubre y no recuerdo que yo odiara
ni me hiciera falta escribir que tú un día te fuiste
y yo tuve que seguirte hasta el fin del mundo
y el fin del mundo era un niño que tenía una sonrisa llena de colmillos
y nos preguntó un montón de cosas sobre el color de tu pelo y tus piernas
mientras nos hacía cosquillas frotando sus manos con nuestras mejillas.
Entonces yo quise ir más allá;
conocimos a las arañas santas y su campo de trabajo surrealista para los conceptos,
nos dejamos llevar por el tiempo pasado en las cuevas de los murciélagos polifórmicos
alimentándose de los ultrasonidos producidos por termitas excavadoras engrasando la maquinaria de la hiperrealidad. Bocas hechas de palancas y alambres de cromo inyectado aprisionando mandíbulas que rompen el ruido esclavizado en el movimiento continuo. Turbo-maquinas-dedicadas dobladoras de resina triturando la maya, mega chimeneas que se erguían como difuntos para la feria de los espantos. Ríos de ciénaga seca alimentando las calderas de mujeres suicidas como pelotas de feromona con cables intercomunicando sus dilatados ojos mientras de sus pechos salía un líquido negruzco y compacto que nutría las cien bocas de un dios retrasado, que desde su trono de aluminio taladrado gobernaba los cien espacios y los diez infinitos con un solo dedo y saliendo de entre sus dientes había un flor de cristal.
¡Yo la vi! Como un grillo tuerto antes de ser arrasado por una onda sísmica de pánico que deformaba el tejido del espacio tiempo.

Pero en realidad
las termitas eran unos insectos minúsculos que tan solo median milímetros
y recuerdo que tú siempre te reías, y me decías:
Estás loco.
Nunca sabrás lo que pienso de ti.